Escrito por el Profesor y Teólogo: Juan Maria TalleriÍa Larrañaga
Cuanto más leemos las Sagradas Escrituras, más apreciamos su enorme belleza literaria, sus atrevidas expresiones, sus imágenes coloristas e impactantes, sus declaraciones sencillas, pero al mismo tiempo contundentes, claro producto de épocas pretéritas y un tipo de idiomas y de culturas que hoy ya no existen. Pero, por encima de todo, más nos damos cuenta de su furibunda obstinación, si se nos permite expresarnos así, en mantenerse libre de toda construcción dogmática lógica, de todo sistema estructurado de pensamiento teológico que tenga la osadía de imponérsele o de autointitularse "interpretación definitiva" de sus capítulos y versículos..
Efectivamente, los libros de la Biblia han sido compuestos y recopilados durante, a veces, largos procesos de tiempo, siglos enteros, desde el nacimiento de las primeras tradiciones sacras hasta su puesta definitiva por escrito, de modo que en el macroconjunto del Antiguo y del Nuevo Testamento han encontrado su lugar escuelas distintas, opiniones diversas sobre unos mismos asuntos, puntos de vista diferentes que soportan mal esos concordismos forzados tan caros a los grupos y sectas fundamentalistas actuales. Podemos afirmar, por lo tanto, que la Biblia se nos muestra como una proclama palpable de unidad en la diversidad, una invitación permanente al diálogo entre los creyentes, conforme a la voluntad de Dios. Finalmente, lo que unió en su momento a quienes, siglos atrás, decidieron y ratificaron el conjunto del canon bíblico que hoy empleamos, con todas sus divergencias y cabos sueltos, no fue otra cosa que la persona y la obra redentora de Jesucristo, tal como viene expresada en los Evangelios y plasmada en los credos de la Iglesia indivisa, que hoy muchos recordamos en nuestras liturgias dominicales. Cristo es, como durante siglos han recordado los mayores teólogos de la historia de la Iglesia, el punto de encuentro de todos los creyentes, aquel que marca de forma indeleble el sentido fundamental, el hilo conductor de las Sagradas Escrituras, y quien debe constituirse en centro y núcleo de la proclamación y la evangelización del mundo.
Como dijo un vecino de allende el Pirineo: "Et tout le reste est littérature!"