¿Cómo podemos describir ese momento de la historia humana en el que nació un niño llamado Emanuel, en un poblado llamado Belén (lugar de los panes)?
Un acontecimiento tan verídico que no solo está escrito en la Biblia, el libro de la recopilación de los escritos espirituales y sagrados de los cristianos, sino también en los anales de la historia del Imperio Romano.
Ellos (los romanos) utilizaron este nacimiento como excusa para destruir una nación completa, a los pobladores de Israel, aquellos cuya lengua nativa era el hebreo y, más aún, a todo aquel que practicaba la religión judía, la cual tenía un formato teocrático.
Jesús, el enviado de parte de su padre Yahweh, llevó un mensaje al pueblo de Israel, el cual estaba bajo el yugo de la esclavitud del Imperio Romano. Él mismo fue rechazado, según se plasma en Juan. 1: 11, “a los suyos vino, y los suyos no le recibieron.” Jesús llevó un mensaje de paz, de amor, misericordia y de esperanza. Sin embargo, este solo fue recibido por aquellos que, con el propósito de aceptar una vida de inmortalidad después de la vida terrenal, dieron testimonio a través de la empatía con el ser humano y aceptaron las palabras del Rabí Jesús.
Este mismo mensaje llevó al Hijo de Dios a la peor muerte de su época: la cruz, murió por llevar sanación al enfermo y libertad al cautivo de la maldad del mundo existente. En estos tiempos de conmemoración de este acontecimiento de paz, de amor y de esperanza para la humanidad, no por su simbolismo, sino por ser el acontecimiento que cambió la humanidad, marcando un antes y un después. Incluso la forma de medir los años que utilizamos en nuestro calendario occidental, el calendario gregoriano, conlleva parte de su nacimiento (Ac-Dc).
Antes de descubrir la vida en Jesús, celebrábamos este acontecimiento como un día más, libre de trabajo, y satisfacíamos nuestros instintos de alimentación y consumo de bebidas que afectaban nuestra cordura y pensamientos.
Cuando, a través del Mesías, descubrimos a un Dios real, encontramos una vida nueva, un antes y un después.
Nuestras vidas son transformadas.
Su nacimiento abarca un sentido más comprometido con nosotros mismos y nuestros semejantes: “ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Ese niño que nació hace más de dos mil años, llamado Emanuel, nos arropó de su paz, de su amor y de su esperanza para que nosotros naciéramos nuevamente en él.
Jesús nos brindó esa oportunidad de nacer, no por su vida, ni por su muerte, sino por su gracia de amar. ¡Porque Dios es amor y esa es la razón por la cual la Navidad es amor!
Nazcamos en Jesús estas Navidades y vivamos con su amor y sobretodos con su paz.
Feliz Navidad.
Pedro García
No comments:
Post a Comment